La prueba de la rana
Viendo una película de los años 60 en la que una señora de mediana edad, salía de la consulta del médico emocionada porque iba a ser mamá, caí en la cuenta de que en esa época todavía se estilaba el realizar la prueba de la rana.
Era una prueba muy sencilla, pues lo único que se tenía que hacer era inyectar la orina de la presunta embarazada bajo la piel de una rana o sapo hembra.
Si el resultado era positivo, la rana o sapo hembra desovaba dentro de las siguientes 24 horas.
Era un sistema de detección del embarazo bastante eficaz, a la vez que barato.
Todavía se suele realizar en algunas zonas rurales de América del sur.
La prueba de la rana tiene más de 90 años
Este test se desarrolló en Sudáfrica en los años 1930 por los investigadores Lancelot Hogben, Zwarenstein y Shapiro.
Para los experimentos se utilizó la especie de sapo Xenopus laevis, que luego se exportó a todo el mundo.
La consecuencia es que lo ha convertido en una plaga que amenaza la fauna local en algunos países en donde logró escapar a los ambientes naturales.
Dicen los expertos, que las ranas y sapos son de las primeras especies que desaparecen cuando se contaminan las aguas que las rodean.
Al ser anfibios y respirar a través de la piel, son muy susceptibles a la polución que provoca el ser humano con sur vertidos residuales.
En el llamado primer mundo, existen férreas normativas que obligan a empresas y entidades locales a tratar sus aguas residuales antes de ser vertidas a corrientes de agua y acuíferos.
Más, como bien argumenta el dicho «No todo el monte es orégano».
Muchos desaprensivos, como empresarios sin escrúpulos, buscan la manera de esquivar dichas normativas.
Se las pasan por el forro y campan a sus anchas en ciertos recovecos y vacíos legales.
El Mar Menor es un claro ejemplo
Un ejemplo muy claro lo tenemos en la enorme tragedia que se está viviendo en el Mar Menor los últimos años.
El exceso de vertidos cuajados de abundantes nitratos utilizados por la agricultura circundante a provocado la desestabilización del frágil ecosistema que lo compone.
Como consecuencia se ha llegado a producir la muerte de miles de peces y fauna que lo habitan.
Los expertos de las administraciones que están implicadas en su cuidado y gestión, insisten en atribuir toda la culpa del cataclismo que se está produciendo a las temidas y recurrentes DANAS.
¿Qué es una DANA?
DANA es el acrónimo meteorológico cuyo es “Depresión Aislada de Niveles Altos”.
Trata de ser la traducción del término anglosajón de “cut-off low” – baja aislada, baja separada, baja desgajada – en 500 o 300 hPa) -para quien no sepa lo que significa-.
Para que escribir a medias tintas.
Les viene al pelo el que en la zona del sureste español, se produzca todos los otoños la antes llamada «Gota Fría» como cantaba Carlos Vives.
Diciendo que un exceso de agua dulce vertido a la laguna salada produce la desalinización a diferentes niveles y eso mata a las especies que lo habitan, se quedan tan panchos.
Llevo veraneando en este precioso entorno durante casi 50 años.
Y lo que está pasando en la última década, no lo achaco a las lluvias torrenciales que han sufrido desde que tengo memoria.
De lo que si estoy bastante seguro, es de que el exceso de explotaciones agrícolas que lo rodean y que vierten todos sus residuos a esta pequeña laguna, tienen algo que ver.
¿Y qué tienen que ver las ranas con todo esto?
Existen cerca de un millón de especies catalogadas de insectos y arácnidos en el orbe mundial.
Entre otros miles de consumidores de dichos insectos se encuentran nuestras queridas ranas.
Si hacemos un poco de memoria de cuando éramos tiernos infantes y acudíamos felices y diligentes a nuestras matutinas sesiones de colegio (es sarcasmo) recordaremos que las ranas y sapos pasaban por tres estadios: huevos, renacuajos y las ranas adultas en si.
Los renacuajos en sus diferentes fases, son voraces depredadores de cualquier infeliz larva que se les ponga a tiro.
Entre ellas dos en particular: larvas de mosca y de mosquito.
Ya en sus tempranos inicios, y sin recibir sueldo ni gratificación alguna, los renacuajos efectúan una inmensa labor en el control y exterminio de dichos insectos.
Cuando terminan su desarrollo y se transforman en las ranas tal y como las conocemos, continúan realizando una extraordinaria tarea de contención a la hora de controlar estos insectos en su etapa adulta.
Las ranas y la huerta
Como antes he mencionado, tras ilustrar mi joven mente en las interminables sesiones matinales de «aprendizaje» didáctico y estudiantil, salía de clase como toro en corrales buscando mi ansiada libertad.
Me rodeaba de «apañeros» que sentían las mismas entusiastas ganas de descubrir y martirizar a cualquier bicho que nos topásemos por delante.
Había una época que recuerdo con especial cariño y añoranza, en la que recorríamos como una exhalación los 200 metros que nos separaban del colegio con las orillas del río Segura.
Por esos entonces, Murcia era una ciudad de provincia bastante pequeña, pudiendo recorrer su casco urbano en menos de media hora.
Casi todos los barrios perimetrales estaban rodeados de esplendorosos huertos de limoneros y naranjos.
Murcia olía a naranjos y limoneros
Estos estaban interconectados por una extensa red de acequias y canales, dividida la ciudad en dos por su preciado río.
Dejábamos las carteras con libros y libretas amontonadas en la mota del río, bajando por la pendiente de la ribera a saltos entre gritos y carcajadas.
Al llegar junto a la orilla y sorteando los cañales, nos encantaba buscar entre los remansos y aguas tranquilas, indicios de la presencia de ranas, sapos y renacuajos.
Divisábamos cientos, miles de ranas y sapos a simple vista, todos saltando al sonido de nuestras voces y pasos.
El agua, era una sopa bullente de renacuajos en la orilla.
Una vez nos cansábamos de haraganear por las orillas del río, nos internábamos por sendas y brazales de la huerta, cometiendo pequeños asaltos a los huertos que los bordeaban.
Según la estación en la que nos encontrásemos, comíamos naranjas, limones, habas, maíz, peretas, melocotones, ciruelas, albercoques (albaricoques) y un largo etcétera de sabrosos manjares.
¡Un Edén vamos!
Al final de la primavera en la que las tardes se hacían eternas, jugando con cañas a emular la película de piratas que habíamos visto a la hora de la siesta.
Saltábamos de un lado a otro de las acequias repletas de ranas y sapos.
Todavía tengo su croar resonando en mi memoria, componiendo una bella melodía que me transporta a tiempos de inocente felicidad y agradable melancolía.
La cruda realidad
Todo eso ya no existe.
El uso indiscriminado y poco selectivo de plaguicidas del que han hecho uso los huertanos en sus cultivos, a acabado con gran variedad de plagas y enfermedades que aquejaban a sus plantaciones.
Todo ello, favoreciendo el incremento de sus beneficios y el aumento de las cosechas.
Pero, lo que por un lado está bien, tiene otro que ha pagado un precio bastante alto.
Ya no oigo el croar de las ranas a las orillas de mi querido río Segura.
Tampoco se deleitan mis oídos con esa tranquilizante sinfonía en los anocheceres de la huerta.
Ya no siento esa imperceptible presencia ni ese fugaz arco dibujado desde la orilla hacia aguas seguras.